Su libro es una serie de recuerdos personales del autor, y la mayoría de
ellos tienen relación con el ámbito Scout, los demás relatos tienen que ver con
sus años como profesor, su filiación a la masonería y anécdotas familiares.
Relatos del antiguo Jefe
Scout de Antofagasta don José Pavez Orellana, extraídos de su libro
"Souvenires"
En los tres disfruté mucha simpatía con los alumnos, tanto damas como varones, que me ofrecieron gran empatía y especial atención en mis clases en ambos colegios, lo que fue muy alentador para mí.
Además, dediqué mi tiempo libre de clases al deporte del fútbol y a la práctica del escultismo, que había traído a Chile el propio fundador, Lord Baden-Powell of Gilwell.
A esta última actividad me ocupó en excursiones a los lugares de camping en un cerro llamado la Quebrada de la Chimba, cercano a la ciudad, donde construimos un refugio scout.
Los Scouts me designaron para asistir al Jamboree de Inglaterra, para que yo fuera el intérprete de la delegación chilena, lo que me permitió conocer a la reina Isabel II de Inglaterra y entregarle la condecoración “Cóndor de los Andes”, de los Scouts. Al mismo tiempo debí entregarle al rey una invitación para que visitase Chile, con lo que contribuimos a estrechar las relaciones con nuestro país.
Los soberanos ingleses fueron muy bienvenidos por el Presidente de Chile de esa época y la ciudad de Santiago se volcó a las calles para aplaudirlos. Se les invitó a conocer lo que era la pesca en el sur del país, sorprendiendo a los soberanos por las atenciones del pueblo chileno.
Nos pusimos de acuerdo con el
colega-instructor, que lideraba al Grupo, el jefe Águila Chica para asisitir a
algunos Cursos de Adiestramiento en Santiago y en Valparaíso. De todos modos,
continuamos con la instrucción musical de la banda, a cargo de dos ayudantes,
que se habían formado como músicos en el Regimiento Esmeralda... los compadres
Ampuero y Villalón.
Nos hacía mucha falta un
lugar seguro y tranquilo hacia donde llevar los niños a excursión. Las playas
de Antofagasta se prestaban para este tipo de trabajo scouts, nuestro ideal de
campamento lo encontramos, sin embargo, en una Quebrada llamada La Chimba,
cerca de la caleta del mismo nombre. Empezamos por construir con los mismos
Scouts de la Patrulla Básica, un pequeño refugio donde dormir en las noches más
heladas, y guardar allí las herramientas de trabajo, los báculos de cañaveral
con punta de hierro, palas pequeñas, cordel de diferentes grosores, serruchos,
tijeras podadoras, martillos, alicates, brújulas, linternas, lámparas,
fósforos, etc, etc... También algunos alimentos no perecibles, ollas, parrillas
y artículos de primeros auxilios.
El refugio fue para todos
nosotros un verdadero centro de operaciones, que nos permitió guardar nuestras
mochilas de cuero donadas por el Ejército cuando nos vendió un Jeep Willys,
americano, que dieron de baja por desuso. Nosotros lo hicimos arreglar por un
buen mecánico y le adosamos un artefacto metálico para utilizarlo como vehículo
de arrastre, ya que necesitábamos empujar grandes rocas para despejar el camino
de la quebrada. El mayor placer del lugar lo constituía el ambiente sano que
nos deparaba la naturaleza, y que hacía sentirnos como verdaderos jovencitos de
la película y exploradores al estilo de Indiana Jones y otros héroes juveniles.
Caminar cerro arriba era una
sensación indescriptible, por el silencio, que era interrumpido solamente por
tus propios pasos, por el eco del trino de algún pajarito, o el soplo de la
brisa en nuestros oídos. Nos dábamos vuelta de vez en cuando, porque creíamos
que nos perseguía algún bandido para pillarnos desprevenidos como lo hicieron
algún día mis buenos scouts con el más pajarón de mi patrulla, el Lobato
Lopito, Enrique López.
Resulta que este Aspirante a
Scout era un regalón de su mamacita, una profesora normalista que se cansó de
trabajar para el Estado, y con su jubilación y sus ahorros logró instalar un
colegio propio. Ella me encomendó a su hijo con muchas recomendaciones, porque
era primera vez que se alejaba de ella por el ñn de semana... En fin, este niño
se entretenía generalmente jugando con mis propios hijos, Carlitos y Pepito...
Pero él quería ser más, quería que los grandes reconocieran en él sus propios
méritos y virtudes.... Lamentablemente, también afloraban sus propias limitaciones,
así ocurrió justamente cuando llegó el momento de probar que él ya era un
hombre hecho y derecho.
Los Bomberos de Antofagasta
celebraban esa noche el recuerdo de uno de sus mártires y nos habían invitado a
los scouts del Liceo. Con mucha seguridad, al término de la jornada de trabajo
y de adiestramiento scout en la Quebrada, me dirigía a mis scouts de Primera
Clase: hermanos Alvaro y Hernán Tobar, Eduardo y Walton Pinto, William Wragg,
José Tomás Troncoso, Mario Soko, Luis Machulás, Branko Marinov, hermanos
Daslavy Alex Peric... “¡Deseo que dos de ustedes me acompañen a Antofagasta, a
una ceremonia bomberil, que se celebrará de noche, y lamentablemente tendremos
que quedarnos a dormir allá y regresar a pie de madrugada!”... Caras largas,
toses de desagrado, vueltas de espalda... fueron todas las respuestas... “¡Un
paso al frente el valiente que quiera acompañarme!”, agregué... Absoluto
silencio y quietud de mi patrulla básica, cuando estaba a >punto de ordenar
un sorteo, al estilo cachi-pun, surgió la voz de Lopito... ¡Yo voy jefe!...
pero con una condición... ¿Cuál será?... me preguntaba yo, y también mis scouts
Chaplines, sorprendidos por mi Lobato... ¡Quiero, jefe, que me permita volver
aquí después de la ceremonia!... La Quebrada estaba ubicada a unos 15
kilómetros de la ciudad, y no había locomoción de noche, de tal manera que
debía recorrer esa distancia a pie.Yo tenía la secreta esperanza de que podría
convencerlo de quedarse a dormir en su casa, pero estaba equivocado. Después de
un momento de meditación acepté su sacriñcio: Lopito, agradezco tu compañía,
que es un ejemplo para todos nosotros.
Partimos en el jeep cuesta
abajo y llegamos a la hora de la ceremonia, al anochecer de ese día. Nuestra
participación fue muy celebrada, porque nos presentamos de correcto uniforme y
depositamos unas flores propias de la Quebrada... ¡Y llegó el momento del
regreso de mi Lobato!... ¡No hubo manera de convencerlo de que se quedara en la
ciudad!... La razón es que los scouts lo habían desafiado diciéndole que no era
capaz de volver solo.... Para demostrar su hombría él aceptó la prueba... Me
contaban los scouts al día siguiente que se ocultaron entre las rocas de la
quebrada para asustarlo, le gritaban imitando a los lobos pero nada lo detuvo
porque él ya no era Lobato, era un scout de la patrulla básica."
Sentimos un gran estruendo en
la Quebrada al atardecer de una intensa jornada de trabajo en la construcción
de nuestro refugio scout... Enseguida vimos una gruesa columna de humo que se
elevaba hacia el firmamento. En cuanto logramos aplacar en parte la curiosidad
natural de nuestros niños acampadores nos dirigimos los dos jefes a cargo del
campamento (Ember Avila y yo) en dirección hacia el lugar del extraño ruido...
Ibamos llegando al sitio del supuesto accidente cuando ya venían subiendo
algunos Oficiales y Subalternos de la Fuerza Aérea de Chile (FACH). Ellos nos
impidieron acercarnos a los restos del avión siniestrado y nos ordenaron que
regresáramos a nuestro campamento, y no permitiéramos la subida de los posibles
curiosos.
Sin embargo, a temprana hora
del día siguiente ya nos habían madrugado varios scouts cuando llegamos al
lugar de la catástrofe, quienes traían algunos “trofeos” como el que tengo
ahora en mis manos, un trozo de metal con la forma de un ave con las alas
extendidas, fraguadas por el calor de la explosión de los motores, contra la
cima del cerro y el aluminio derretido por el fuego.
Miro, en estos momentos el
objeto y renacen en mi memoria los recuerdos emocionantes de aquel instante
trágico... Los scouts traían otros “trofeos” con formas retorcidas del avión, y
- entre ellos - una mano calcinada de uno de los pilotos fallecidos, que el
scout Branko Marinov hizo entrega al Jefe de la FACH en Antofagasta, para la
Investigación Sumaria correspondiente... Hoy, en el año 2002, al ocurrir el
accidente del transbordador más antiguo de la NASA, evoco el momento del
accidente y me imagino la terrible muerte de los siete astronautas en el
momento en que culminaba una misión de varios días en el espacio exterior y nos
traían una valiosa carga de experiencias. La mente rápida nos traslada hacia
USA, líder de la conquista del espacio - en programas conjuntas con Rusia y
otros países -, y nos sugiere un probable complot, al estilo de aquel que
padecieron Las Torres Gemelas en Nueva York... ¿Será posible tanta maldad?...
Si nos remitimos a lo poco que sabemos de los viajes espaciales, tenemos que
recordar que los momentos más peligrosos para estos aparatos son tanto el
despegue hacia el espacio exterior como el reingreso a la atmósfera terrestre.
Muchos accidentes poco
conocidos nos inquietan desde el momento en que Yuri Gagarin surcara el espacio
exterior por primera vez, y los astronautas Armstrong, Aldrin y Collins nos
demostraron que era posible alunizar y regresar a la Tierra en perfectas
condiciones. Tuvimos la suerte de conocer a Neil Armstrong en el XII Jamboree
Scout Mundial en USA, quien estuvo en uno de los espectáculos en la Arena del
Campamento, junto al aparato que ellos tripularon, y allí vimos un globo de
regulares proporciones en el cual sólo cabía un astronauta, ya que el motor
estaba adosado a este módulo que se veía quemado en la corteza exterior por la
fricción que se produce, tanto en la salida hacia el espacio exterior como en
el reingreso a la Tierra... Neil nos contó que su corto recorrido por la
superficie de la Luna fue una experiencia inolvidable, ya que el piso no era
igual que la Tierra, sino que se imaginaba que iba caminando sobre nubes. Sin
embargo, no se hundía en la superficie irregular sobre la cual avanzaba dando
pequeños pasos para él, pero pasos gigantes para la humanidad.
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